Priestley y el tiempo (3 de 3)

La tercera, Yo estuvé allí (1937), quizás la más floja, expone la teoría de la recurrencia y la intervención, según la cual el tiempo da vueltas, y vivimos las mismas cosas una y otra vez, aunque cabe que alguna circunstancia altere lo que tenía que ser. Un matrimonio desgastado pasa un fin de semana en una casa de campo, allí conocen a un joven. Un extraño doctor jugará un papel clave en las relaciones entre ellos.

Acabada la tercera, puedo decir que no me han interesado especialmente ninguna de las tres. Ninguna de las tres historias es realmente buena y las manipulaciones temporales de Priestley (corte en el tiempo, tiempo serial y tiempo circular) me han dejado un poco frío.

La traducción es aceptable aunque se hace para Argentina.

Hace tiempo que no leía teatro y tenía interés en estas obras, que me ha costado bastante encontrar. Como casi siempre, la expectativa y persecución han sido mejores que la experiencia.

Priestley y el tiempo (2 de 3)

La segunda y más famosa, El tiempo y los Conway (1937), nos muestra a una familia de madre e hijos en el cumpleaños de la hija Kay, actos I y III. La ocurrencia de Priestley: el acto II nos muestra en que han parado los personajes 20 años más tarde. La Kay del acto III es de algún modo consciente de lo que sucederá en el futuro. Los diálogos son buenos y la mayoría de los personajes tristes.

Priestley y el tiempo (1 de 3)


El dramaturgo inglés escribió tres piezas de teatro sobre el tiempo, quizás sus obras más conocidas.

En la primera, Esquina peligrosa (1932) se cuenta una historia a partir de un desencadenante. La ocurrencia de Priestley: qué hubiera podido pasar sin la acción de ese desencadenante.

La historia en sí no está mal. Hay unas relaciones oficiales o reales, de sangre, amistad o matrimonio, y hay un mapa de afectos ocultos, subterráneo pero no menos real, que se va desvelando poco a poco. Un acertijo de salón del tipo “quien está enamorado de quien”, con secretos y revelaciones de por medio.