Priestley y el tiempo (2 de 3)

La segunda y más famosa, El tiempo y los Conway (1937), nos muestra a una familia de madre e hijos en el cumpleaños de la hija Kay, actos I y III. La ocurrencia de Priestley: el acto II nos muestra en que han parado los personajes 20 años más tarde. La Kay del acto III es de algún modo consciente de lo que sucederá en el futuro. Los diálogos son buenos y la mayoría de los personajes tristes.

Priestley y el tiempo (1 de 3)


El dramaturgo inglés escribió tres piezas de teatro sobre el tiempo, quizás sus obras más conocidas.

En la primera, Esquina peligrosa (1932) se cuenta una historia a partir de un desencadenante. La ocurrencia de Priestley: qué hubiera podido pasar sin la acción de ese desencadenante.

La historia en sí no está mal. Hay unas relaciones oficiales o reales, de sangre, amistad o matrimonio, y hay un mapa de afectos ocultos, subterráneo pero no menos real, que se va desvelando poco a poco. Un acertijo de salón del tipo “quien está enamorado de quien”, con secretos y revelaciones de por medio.

Iriarte. Fábulas.


Hace poco, en un libro de memorias de Julián Herránz, si no me equivoco, me encontré citada una fábula de Iriarte que me hizo gracia y anoté mentalmente una nueva posible lectura. Estaba en la biblioteca pública, editada por cátedra. Todas las piezas sobre asunto literario.

Por desgracia, pocas más, además de esa de La ardilla y el caballo, me han gustado. Iriarte quería además hacer un muestrario de modos de versificación (hasta 40) y algunos resultados, algo forzados, resultan infantiles y hasta ridículos.

Casi todas las moralejas (versos finales) son certeras e inatacables pero casi todas son opiniones comunes que pueden ocurrírseles a cualquiera. Los calificativos de ilustrado, polemista, satírico y didáctico me los he de creer, pero esta obra es de ingenio corrientito y no la recomiendo especialmente.

Les dejo la fábula contra el activismo insustancial:

Mirando estaba una ardilla
a un generoso alazán,
que, dócil a espuela y rienda,
se adiestraba en galopar.
Viéndole hacer movimientos
tan veloces y a compás,
de aquesta suerte le dijo
con muy poca cortedad:

«Señor mío: de ese brío,
ligereza y destreza
no me espanto, que otro tanto
suele hacer, y acaso más.
Yo soy viva, soy activa;
me meneo, me paseo;
yo trabajo, subo y bajo,
no me estoy quieta jamás.»

El paso detiene entonces
el buen potro, y muy formal,
en los términos siguientes
respuesta a la ardilla da:

«Tantas idas y venidas,
tantas vueltas y revueltas,
quiero amiga, que me diga:
¿Son de alguna utilidad?
Yo me afano, más no en vano:
sé mi oficio, y en servicio
de mi dueño tengo empeño
de lucir mi habilidad.»

Conque algunos escritores
ardillas también serán,
si en obras frívolas gastan
todo el calor natural.