La lectura como acto creador

La editorial Alba tiene una colección de libritos que llama Guías del escritor. Cuando fui a buscar El octavo día me topé con una de Carme Font titulada Cómo escribir sobre una lectura. En cien páginas explica qué debe contener un informe para una editorial y qué una reseña que oriente a un posible lector. Todo explicado de un modo sencillo y ameno, sin meterse en grandes profundidades.

Mucho más interesantes son los que leí hace años de Manguel (Una historia de la lectura, 1998) y el de Adler (Cómo leer un libro, 1940)

Está bien cuando explica que el lector no es sólo un consumidor. También es creador de significado literario y estético. Leer es un acto creativo de interpretación y reinterpretación del mensaje del autor. Muchas grandes obras tienen variedad de significados según el lector. Cada persona aborda la lectura desde una perspectiva única que compendia sus habilidades, conocimientos, bagaje, cultura, deseos, prejuicios y expectativas.

Sobre el trabajo

Un albañil levanta una pared, hilera de ladrillos a hilera de ladrillos. El proceso es descrito minuciosamente. Pero no está construyendo un edificio sino que participa en una especie de proyecto, o experimento, o programa, o performance donde un público tiene derecho a mirarle trabajar. Al lado, llevan a cabo sus oficios hasta 10 personas más (un empleado de matadero, un informático, una administrativa, una costurera, una limpiadora, etc). Se van describiendo con detalles sus desempeños y a la vez, cada uno, reflexiona sobre su trabajo y recuerda anécdotas de su vida profesional.

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Iriarte. Fábulas.


Hace poco, en un libro de memorias de Julián Herránz, si no me equivoco, me encontré citada una fábula de Iriarte que me hizo gracia y anoté mentalmente una nueva posible lectura. Estaba en la biblioteca pública, editada por cátedra. Todas las piezas sobre asunto literario.

Por desgracia, pocas más, además de esa de La ardilla y el caballo, me han gustado. Iriarte quería además hacer un muestrario de modos de versificación (hasta 40) y algunos resultados, algo forzados, resultan infantiles y hasta ridículos.

Casi todas las moralejas (versos finales) son certeras e inatacables pero casi todas son opiniones comunes que pueden ocurrírseles a cualquiera. Los calificativos de ilustrado, polemista, satírico y didáctico me los he de creer, pero esta obra es de ingenio corrientito y no la recomiendo especialmente.

Les dejo la fábula contra el activismo insustancial:

Mirando estaba una ardilla
a un generoso alazán,
que, dócil a espuela y rienda,
se adiestraba en galopar.
Viéndole hacer movimientos
tan veloces y a compás,
de aquesta suerte le dijo
con muy poca cortedad:

«Señor mío: de ese brío,
ligereza y destreza
no me espanto, que otro tanto
suele hacer, y acaso más.
Yo soy viva, soy activa;
me meneo, me paseo;
yo trabajo, subo y bajo,
no me estoy quieta jamás.»

El paso detiene entonces
el buen potro, y muy formal,
en los términos siguientes
respuesta a la ardilla da:

«Tantas idas y venidas,
tantas vueltas y revueltas,
quiero amiga, que me diga:
¿Son de alguna utilidad?
Yo me afano, más no en vano:
sé mi oficio, y en servicio
de mi dueño tengo empeño
de lucir mi habilidad.»

Conque algunos escritores
ardillas también serán,
si en obras frívolas gastan
todo el calor natural.