Chesterton y su padre Brown

BrownEsta es la primera colección de relatos de Chesterton con el padre Brown como protagonista. Tengo una complicada relación con este autor y, como me temía, leída la mitad de los doce relatos, este libro no la va a arreglar.

Una mezcla de paradoja, psicología, crítica social y misterio. Brown es un sacerdote escocés de aspecto anodino y poco distinguido buen conocedor del mal y de la condición humana. Administra secretos y reparte el perdón de Dios. La ambientación y presentación de los personajes muchas veces es mejor que el mismo caso y su resolución. Lo inglés, lo francés, los comentarios perspicaces aquí y allá de Chesterton, el hincapié en lo racional (y sentido común) de la fe cristiana, son muchas veces lo más interesante.

Suelen ser crímenes ingeniosos, muchas veces sin sangre. Aparece Brown y resuelve el rompecabezas. He tenido que esforzarme para terminar cada uno de seis relatos pero sé (y lo comprendo) que este tipo de literatura tiene su público. Para mi –de todas formas- que la narrativa no es lo suyo.

Brassens. Sus máximas

BRASSENS_RomaMe encanta la música y el estilo de Brassens, algo menos sus letras y conozco poco al personaje. Este libro entresaca frases de sus canciones, de entrevistas y de pequeños textos del autor, e intenta conformar una imagen de su manera de ver las cosas.

Por decirlo brevemente, no coincido con casi ninguna de sus opiniones y me reafirmo, todo a la vez,  en que es un artista respetable.

Utopista, poeta, moralista, enamorado de las palabras y de la lengua, loco por el jazz, iconoclasta, provocador, pesimista, anarquista, nostálgico, libertario y escéptico, todo eso es el mítico chansonnier francés.  Un hombre sencillo y directo, más preocupado por ser antes que por tener, y a la vez profundamente errado en asuntos de bulto (sólo hay que leer las cosas que dice sobre el sentido de la vida, el matrimonio o sobre Dios).

Algunas de las frases que he anotado:

Mis canciones forman parte de una especie de mundo ficticio que tengo en mente desde la adolescencia. Como nada me gustaba, me fabriqué mi propio guiñol.

La única revolución es tratar de mejorarse a sí mismo, esperando que los demás procedan del mismo modo.

El esfuerzo de amar es tal vez el amor.

Han “llegado” porque no iban muy lejos (citando a Dorgelès).

Escuchen a Brassens todo lo que puedan, sin prestar demasiada atención a todo lo que dice.

Anna Seghers, La séptima cruz

SEGHERS
La recomendación indirecta de Reich-Ranicki, vía Chirbes, me lleva a esta célebre novela de 1942. Siete presos (no judíos) escapan de un campo de concentración alemán (Westhofen). El comandante promete capturarlos en menos de una semana y construye las siete cruces donde irá ajusticiándolos. Enseguida sabemos que sólo queda vivo Georg, escondido en el pueblo cercano al campo, que termina convirtiéndose en todo un símbolo de la resistencia al terror organizado. La novela fue adaptada al cine (Spencer Tracy).

Se me ha hecho muy pesada. La estructura es intrincada y confusa. Se emplean múltiples puntos de vista para contar qué está ocurriendo y el asunto avanza muy a trompicones. Es un estilo de libros en el que se entra o no se entra. Ya vi que la cosa no marchaba cuando no lo leía nunca más de diez minutos seguidos, y siempre encontraba algo más urgente que hacer. El esfuerzo por hacerme con el tono y el estilo no estaba estimulado por el interés en saber qué terminaba ocurriendo con Georg.

Que quede claro que parece un gran libro, al menos, para los citados, que saben de esto mucho más que yo. También lo alaba Guelbenzu, en cuyo criterio confío. Casi siempre.