Juan Belmonte, matador de toros

Por Manuel Chaves Nogalés.

Este libro se publicó en 1935 y está escrito en primera persona, como si narrara el propio mítico matador sevillano. Belmonte fue una figura importante y su concepción del toreo cambió la fiesta y el modo de enfrentarse al animal. Su trayectoria no difiere mucho de la de otros profesionales hasta el momento en que encuentra sitio en el mundillo. Desde ahí, su caso fue un paseo triunfal. Fue un torero de espíritu, más que de facultades. Era callado y serio, le gustaba leer y alternar con intelectuales. Están bien contadas su infancia y su relación con Joselito. El contenido técnico taurino es suficiente y no abrumador para no especialistas. Naturalmente se recogen las famosas frases que dijeron de el Rafael Guerra, Valle-Inclán y otros. El libro, sin estusiasmar, está bien y gustará a los aficionados.

Meridiano de sangre

Harold Bloom decía de Meridiano de sangre que le parecía la obra imaginativa más impresionante entre todas las de los escritores estadounidenses vivos. Bloom suele pontificar más de la cuenta pero no es una opinión que se pueda despreciar. A mi me ha parecido una novela excesivamente salvaje. Un grupo paramilitar es contratado por el gobierno mejicano para matar indios. Estamos a mitad del XIX en la frontera con Texas. Los hombres de Galton y del juez Holden son auténticos carniceros. Muertes, muertes y más muertes.

Sobre todo, es difícil saber dónde quiere llegar McCarthy con esta historia. No suele jugar la baza posmoderna de la incomprensibilidad y el hermetismo, ni en estilo ni en contenidos, pero en esta novela, sobre todo en su resolución, se despista un poco del sentido global de la obra.Sus exploraciones son las que ya conocemos en este autor: el mal (particularmente la violencia y a guerra), Dios.

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Diarios de Cheever


Un hombre casado que desea a otros hombres y tiene relaciones con ellos. Un bebedor depresivo. Un artista en permanente crisis de creatividad, lleno de miedo a fracasar, angustiado por la falta de dinero. Una persona con dificultades para relacionarse con casi todos (padres, hermano, mujer, hijos, colegas,…). Una persona religiosa pero con una relación con Dios que no afecta a su conducta.

Un libro que cuenta este panorama no parece muy atractivo. Podría salvarse si al menos -hablamos nada menos que de los Diarios de Cheever– hablara a fondo de sus lecturas, de su escritura, de sus concepción artística, pero tampoco. Así pues, no recomiendo estos diarios. Siempre cabe pensar que, al tratarse de una selección (este voluminoso libro sólo recoge una veinteava parte de los Diarios del escritor estadounidense), puede haber otras cosas que justifiquen la celebridad del libro.

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