En 36 quai de Les Orfèvres, la dirección más famosa de la novela policiaca francesa, han decidido reunir en un grupo a los policías quemados de todas las comisarías parisinas. Nadie los quiere en su grupo y resulta caro despedirlos. Gafes, adictos al alcohol o al juego, torpes especialistas en ciberdelitos, chivatos de Asuntos Internos y hasta una estrella algo escandalosa de la novela policiaca, todos al mando de Anne Capestan, una estrella en ascenso que ha metido gravemente la pata.
Les entregan expedientes de casos enterrados sin resolver sin ánimo aparente de que hagan nada con ellos. El inicio de la novela combina la presentación de los distintos componentes del grupo y de tres de los casos asignados: un camello de la droga, un marino asesinado veinte años atrás y una señora que apareció estrangulada en su casa hace seis años.
Los tres casos están bien y la trama es entretenida y bien resuelta. Pero lo mejor es el grupo. Capestan combina de modo explosivo una gran habilidad con las armas y un carácter impulsivo y con bajo autocontrol. Al mismo tiempo, ejerce un liderazgo empático que poco a poco va integrando a fuertes individualidades en un proyecto común, demostrar que pueden seguir siendo buenos policías. Sin coches, sin armas, sin apoyo, el experimento demuestra lo que puede lograrse haciendo todo lo que se puede con lo que se tiene, resolviendo con imaginación los problemas según se van presentando. Ninguno es perfecto pero todos suman.